¡Es el regreso a la escuela, finalmente! Puede parecer extraño que una niña de catorce años esté feliz de ir a la escuela. Pero en realidad, no es la escuela misma lo que tengo prisa por encontrar. Y sobre todo no los maestros, con sus exigencias y sus presunciones. Como todo el mundo, soporto a mi manera esta presión permanente que pesa sobre nuestras cabezas, a causa de los adultos que nos espían constantemente con el pretexto de guiarnos.

La influencia del Partido ha entrado en nuestros hogares de forma furtiva e imperceptible. Nuestros padres no tienen más remedio que prepararnos, en la medida de sus posibilidades, para lo que se espera de nosotros: obediencia al Partido, al menos en apariencia, y respeto a nuestro Presidente, el querido compañero Condu.contraador[1] NicolásCeausescu. Para nosotros los escolares, la devoción se expresa principalmente a través de los resultados académicos. ¡Excelencia!

Debe, debe, debe. Esto es lo que nos dicen constantemente, en casa y en la escuela. Cada día un poco más, más y más a medida que avanza el curso escolar y cada año más. A pesar de esta presión, de esta tensión, o más bien a causa de ella, mis amigos y yo hemos encontrado una solución para afrontar con serenidad lo que se nos pide. Lo dicho y lo no dicho. Oficial y extraoficialmente.

Finalmente, no en vano la unión hace la fuerza. Somos más fuertes porque estamos unidos. Envueltos en nuestra vida cotidiana de adolescentes, apenas púberes y bastante imperturbables, sonreímos y avanzamos, sin inmutarnos ni agacharnos.